lunes, 31 de enero de 2011

Ven por mí




Hoy mi vida escapa entre tus dedos,
mañana el alma corrompida por el tiempo
alcanzará el halo de tu andar siniestro
y mi pecho, escuálido recuerdo,
de otrora un hombre
se desvanecerá entre tinieblas
a la negra sombra de un ciprés.

Y si vienes a buscarme, ángel cuerno
a tus pies me tiendo, no lucho ni me enfrento
solo espero ese momento
de dejarme hundir entre tus carnes,
de quedarme frío entre tus huesos,
que tu guadaña siegue para siempre mis momentos
y que el olvido siembre de grises nubes
la triste ida de este hombre muerto.


jueves, 27 de enero de 2011

Última nota



Puedo estrellar mi amor contra tus rocas
una y otra vez

puedo perder mi deseo entre tus olas
contener entre mis dedos el agua de este océano
desbordado entre mis miedos y tus penas,
puedo encontrar la causa de mi sed
oír el dulce eco de mi llanto
y te vas 
volar sobre tu risa y no volver
pueden sobrarme las nubes en el cielo
las luces en el suelo, 
las sombras en mi pecho
puedo olvidar mis mas íntimos dilemas
y soñar

soñar y no pensar que este último poema
solo será de un adiós su última nota

puedo estrellar mi amor contra tus rocas
una y otra vez.

domingo, 23 de enero de 2011

Maria






María era una cría.
Se levantaba cada mañana antes que el sol y desperezaba sus penas en la ruidosa cama de hierro que compartía con su hermana, afuera el gallo avisaba que los huevos esperaban calentitos sobre la paja, recién puestos y algunos de los baifos se empeñaban en competir a ver quien la despertaba antes. María guindaba algo de agua en el aljibe del patio, siempre con cuidado, sin hacer ruido, mientras veía de reojo el suave tintineo de una lámpara de aceite en el dormitorio de sus padres, dejaba algo del agua recogida en la palangana que siempre había a la puerta y se encaminaba con el resto de nuevo a su cuarto. Probablemente hacia un largo rato que su padre y sus hermanos habían salido de casa, se habían vestido en silencio, recogido el pobre almuerzo preparado por la madre y habían partido hacia la dura jornada, pero ella no los había oído, todo se hacia en silencio por la mañana, en tinieblas, sin voces ni estridencias. María volcaba el agua recogida sobre la palangana de su cuarto y se aseaba un poco, tampoco demasiado, no era ni domingo ni día de fiesta, y ella sabía bien que hoy solo la fábrica la esperaba. Ya vestida se reunía con su hermana y su madre en la oscura cocina, donde un profundo olor, a aceite quemado, a humo, a vino agrio, a queso rancio, lo llenaba todo. Allí tras engullir un poco de leche recién ordeñada por su hermana, con una yema, se encaminaba hacia la puerta, mientras anudando el pañuelo se cogían del brazo. -Adiós madre, algo del puerto? Eran sus primeras palabras en el día que suponía largo.
-Nada hija. Sonaba la voz ronca y curtida de su madre, envejecida tempranamente por una dura vida de trabajos y desvelos.
En cuanto salían al camino su semblante cambiaba, sus rostros se iluminaban y se podía ver claramente aquella hermosa chiquilla de solo trece años que apenas había ido a la escuela, caminando alegre, sus alpargatas parecían azotar la tierra del camino, risueña cogida del brazo de su hermana, mientras en su cabeza esperaba el momento de pasar junto a la salina. Tras un corto trayecto, se paraban junto al molino, allí esperaban un momento si no estaba ya su compañera, también María como ellas, y se iban las tres camino del puerto bordeando el largo muro de piedra seca. Ella de los Dolores, la mas María de los lanzaroteños, su hermana María de las Mercedes, la llamaban Mercedes y su amiga de la Concepción, Conchita, como el dulce membrillo, que olían en la tienda de Don Facundo. Y cogidas de la mano se encaminaban las tres Marias a su largo día de fábrica, mientras nuestra María dando saltitos intentaba adivinar sobre el muro de piedra la mirada de su Antonio, el hijo del salinero, un joven de casi veinte años y vivos ojos azules, con el que ni se le hubiera ocurrido hablar nunca, era demasiado mayor; pero que sabia bebía los vientos por ella, y por el que cada día salia ansiosa de casa, intentando que el corazón no se le saliera por la boca, y con el que como cada día se cruzaban, cuando menos lo esperaban. -Donde van las tres Marias, la del centro la mas …; les gritaba desde el muro, y hoy ella al centro esperaba sus palabras, pero solo hubo risas, ni una mirada atrás, ni un suspiro, solo prisas, como cada mañana. Un intenso y nauseabundo olor a sardina las recibía nada mas terminar la cuesta de la salina, desde allí ya se podían ver los palos de los barcos, y el astro sol empezaba a despuntar a sus espaldas, tiñendo el puerto y sus vencidos edificios de un ambarino color blanco. A lo lejos se veía gente moverse y el calor de la mañana y la larga caminata empezaba a desentumecer los huesos, y aunque hacia tiempo que no había quina en el desayuno seguían sintiendo aquel calorcillo que las llenaba y subía por sus mejillas, aquel frenesí por entrar a la fábrica y ganarse el jornal, y sentirse útiles, vivas, aunque sabían que al salir apenas les daría tiempo de ver de nuevo el sol, pero al otro lado de Arrecife, poniéndose tras los destartalados edificios de La Vega. María como otras mañanas vió alejarse lentamente el correo camino de Las Palmas, cuantas veces habían ido sus sueños en aquel barco, como se encaminaban a aquel mundo lejano del que llegaban noticias deslumbrantes, de vidas sin ayuno, de mesas repletas de plátanos, de tomates y de queso, de botellas de vino dulce, de papas extranjeras que se plantaban solas, y brotaban a los bordes de los caminos, de mujeres que se pintaban la cara para parecer mas nuevas, y salían a la calle solas, sin pañuelo, y se reían a cualquier hora; ella sabía que después de pasar el día limpiando sardinas jamás se reiría por las noches, dolía demasiado, salvo algún domingo que podía soñar con ver a su Antonio desde el vigilante regazo de su madre en una mañana de misa.Y en estos pensamientos se la encontró el agudo chillido de una sirena mientras cruzaba el umbral de entrada de la fábrica. María era una mujer, en un cuerpo de cría. 

A todas esas mujeres, hoy abuelas, que trabajaron lo indecible para darnos lo que hoy tenemos, y que jamás miraron sus propias manos...



domingo, 16 de enero de 2011

Maltratada






Con tus mejillas paraste la ira de sus manos, 
y entre llantos y lamentos
aguantando esta cruel vida 
de golpes y de tormento
fuiste apagando tu ego,
perdiendo tu frágil cuerpo
ante las ventiscas del carnero.

Pobre hombre el que en su agonía 
no contento con su alma
paga en su compañera las frustraciones amargas
no aguantes ni un solo día
los golpes de ese destino,
si tu destino te amara, 
de besos te colmaría.


Quisiera




Quisiera acercarme a ti, sigiloso, mientras tú distraída te entretienes con tus cosas, rodear tu cintura con mis brazos, besar tu nuca lentamente y bajar soplando quedamente tras tu cuello, recorrer tus pechos con mis manos y acariciar con ansia tu espalda, tus caderas, abrazar mi cuerpo al tuyo mientras susurro tu nombre. Meter mis manos bajo tu ropa, conocer tus mas íntimos secretos y hacerte sentir el calor de un cuerpo ardiente de deseo, erguido en su apogeo, separar tus muslos con los míos, y amarte, parar el mundo por momentos y hacerte mía, mientras tus gemidos me acompasan y el sudor de nuestros cuerpos se acentúa, firme movimiento, una y otra vez, hasta que al fin tu risa fresca me derrame, mis suspiros te acompañen y el suave devenir de un orgasmo nos envuelva en la tranquilidad del placer satisfecho. Si, eso quisiera ahora.

jueves, 13 de enero de 2011

Ultima parada






Hacía ya varias semanas que los nervios me atenazaban cada mañana, siempre a la misma hora. Era aquel instante en el que subía al autobús, pasaba mi tarjeta sin levantar la cabeza y tímidamente miraba al fondo... si, allí estaba otra vez, como cada mañana, mirando a la calle de pie, junto a la barra. Se sujetaba con una sola mano y se dejaba llevar suavemente por el traqueteo del viaje, como un junco mecido por el viento, regalándome aquel suave movimiento. Pero hoy debía ser distinto, hoy estaba decidido, era un día especialmente tranquilo, el bus estaba prácticamente vacío, al fondo la mujer que me quitaba el sueño, su pelo rojizo, su aire de niña mala, la comisura de sus labios que tantas mañanas había estudiado, el contorno de su cintura y yo, a dos escasos metros. Me veía acercándome lentamente mientras la miraba, con una leve sonrisa en los labios, mi brazo se alzaba sobre sus hombros para coger la barra del techo y su cabeza quedaba prácticamente a la altura de mis hombros, solo su bolso se interponía entre nosotros; agachando lentamente la cabeza susurraba en su oído: - Me vuelves loco. Una leve sonrisa fue lo único que obtuve, claro ella no debía esperar una reacción tan decidida por mi parte, ahora la sorprendida seria ella, recogió su bolso y tirando de la bandolera lo paso hacia delante, mientras un sudor frío recorría todo mi cuerpo. En un leve bache pude rozar su ropa, apenas fue un instante pero despertó en mi el deseo de tocarla, sentir aquel cuerpo que no me dejaba pensar, ni comer, ni dormir, me dejaba caer un poco a su costado y en ese momento eché de menos el gentío de otras mañanas que podía obligarme a acercarme mas, pero no me importo, sin motivo aparente deje que nuestros cuerpos se sintieran, pude alcanzar su aroma, sentí en mi interior un dulce y embriagador néctar que llenaba mis pulmones a la vez que mis manos se tensaban y mis músculos no eran capaces de relajar el momento. Y se movió. Su pelo descansaba en mi cara, su hombro sobre mi pecho y aunque no podía ver su cara, la intuía con los ojos cerrados y mordiendo muy levemente su labio inferior, aquello me dejaba claro que nuestro deseo era mutuo y no pude evitar que mis manos, totalmente independientes de mi, sin esperar una racional orden, se fueran directas a su cintura, quedé a la deriva en aquella travesía, solo su cuerpo me sujetaba y ella cogió con fuerza la barra con ambas manos. Ya totalmente decidido la abrazaba con toda la sensualidad de que era capaz, ella de costado dejaba que una de sus piernas quedara entre las mías y lentamente con los ojos cerrados exploré aquel cuerpo de diosa que se estremecía entre mis brazos. Una fina camiseta de raso me dejó sentir el resalte de su ropa interior, quería averiguar solo con el tacto de mis manos el color de su sujetador, era negro, indudablemente, sentía las copas con un ligero relleno entre mis manos, ni muy pequeñas, ni muy grandes, casi redondas, perfectas, sentía como despertaba su pasión lentamente en mis abrazos y su pelo una y otra vez me llenaba de aquel aroma que lo envolvía todo. Sentía sus caderas en las mías y cada vez que su pierna se elevaba y su roce aumentaba un fuego abrasador subía desde mi entrepierna, recorría mi pecho incendiario y estallaba en mi garganta, aumentando hasta lo imposible mi deseo por aquel cuerpo, no podía terminar aquel instante. De repente un frenazo repentino hizo que abriera de nuevo los ojos y con frío pánico pude ver el contorno del edificio de mi facultad. Era mi parada y ella seguía allí. A dos metros de mi, mientras la realidad volvía a sorprenderme y me aseguraba que hoy tampoco seria distinto. Bajé a la calle y le dediqué una mirada a través del cristal, mientras ella distraída con sus auriculares se alejaba y en mi pensamiento solo quedaba su silueta, bueno eso y como sería capaz de disimular y entrar a clase en aquel estado.

 

miércoles, 12 de enero de 2011

La esposa del embajador






Tenía el aire de una princesa de cuento, de esos de final feliz, quizás por eso se me antojaba inalcanzable mientras me sonreía desde su pedestal de “erase una vez”. Un elegante vestido negro la envolvía, como un deseado regalo en su  papel dorado y unos zapatos de tacón de aguja acentuaban aun mas su esbelta figura. El pelo negro, recogido, la mirada limpia, una sonrisa y una discreta pulsera de oro como únicos adornos. Nadie era capaz de distraer la vista de aquel rostro. Por un instante cruzó su mirada conmigo mientras daba un corto sorbo a su copa, de golpe el hielo se deslizó e hizo caer el dorado liquido sobre su mentón, ocasión aprovechada para ofrecerle mi pañuelo. Era la mujer del embajador, solía asistir a aquellas fiestas de clase alta, ya la había visto en otras ocasiones y el Hilton de París era un marco incomparable para su elegante presencia. Charlamos durante unos minutos y su agudeza me hizo temblar en más de una ocasión, las palabras se agolpaban en mi garganta negándose a salir y el vello erizado de mis brazos daba prueba del duro trance por el que pasaba. No podía creer que aquella hermosa criatura pudiera tener el mas mínimo interés en mi persona, pero entonces, ocurrió el milagro. Pude notar como deslizaba en el bolsillo de mi smoking un objeto que antes jugueteaba entre sus dedos, la llave de la habitación 303 y un poderoso escalofrío vino a recordarme que mis dotes de seductor eran tan inexistentes como fácilmente rebatidas entre el panorama femenino. Sin poder apartar la vista del rítmico contoneo de sus caderas cruzó el amplio salón, a la vez que todo un ejército de ojos vidriosos la seguía mientras se encaminaba a los ascensores y tras unos segundos de prudente ventaja, me fui tras ella. No sabía si el ascensor me recogería esa misma noche, así que decidí afrontar las tres plantas de escaleras con decisión, decisión que por cierto empezó a fallarme a mitad del segundo piso pero que fue suficiente para plantarme frente a la puerta 303. Con autentico pánico a que todo fuera una simple broma, giré la llave y “voilá”, la puerta cedió y me vi dentro de la suite.
Lo que ocurrió en aquella habitación en las siguientes horas probablemente no pueda ser escrito por esta temblorosa mano en muchos años, pero si que ella, justo antes de salir de la habitación se volvió con los zapatos en la mano mientras me dedicaba una pícara sonrisa y que en ese preciso momento supe que amaría a aquella mujer el resto de mi vida y cada día un poco mas, ya incluso antes de regocijarme sabiendo que era la esposa del embajador, y yo, el afortunado embajador.

 

Tu piel







Tu piel me huele a jazmines, a tibia tarde de playa
a juguetes en la arena, a hierba recién cortada,
tu piel, suave terciopelo, tu piel, bruñida plata
esa piel artesanada entre algodones y nácar
entre pétalos de rosa y ríos de agua clara,
tu piel me huele a rocío en una fría mañana
a tardes de algarabía, a milagro de madrugada
a risa de niños en fiesta, a infancia disfrutada
a aquel librito nuevo de mi escuela párvula,
tu piel me huele al sol de esta misma mañana
a la espuma de mis olas rompiendo sobre tu playa
a la brisa que me envuelve, al aire que me acompaña,
a chocolate y a fresas, a noche llena de estrellas,
aroma de mil historias y juegos bajo la mesa,
aroma que me acompaña y envuelve mi vida en seda.




lunes, 3 de enero de 2011

Te Quiero





¿Como?
¿Que como te quiero?
Te quiero como se quieren las cosas sencillas
despacio y sin atropellos, pero continuamente
te quiero como se miran las estrellas
con los ojos muy abiertos y la boca grande
como se quieren los niños
con el corazón abierto y los ojos llorosos
como se aman las hojas caídas del otoño
te quiero con los pulmones llenos
como al aire que respiro
con el alma en las manos y mi ser a tus pies.
Te quiero con toda la loca cordura que me cabe en la cabeza
con el frío cálculo del hombre sabio
con el saltar inquieto del niño imberbe
con el calor ardiente del joven muchacho
con el corazón roto del pobre hombre fuerte.
Te quiero como el agua a la tierra seca y el marino a su mar
como quieren las gentes nobles que solo saben amar
como quieren los animales, sin razones ni excusas
con palabras o sin ellas, con silencio y entre ruidos
en el cielo y en la tierra, con tus hijos, con los míos
con la gente, con la soledad y en el vacío
con todo lo que soy y con todo lo que he sido
con todo tu corazón y lo que resta del mío
así hoy, te quiero.



¿Cuanto?
¿Que cuanto te quiero?
No puedo decirte cuanto, ¿pero como se mide el cielo?
¿Como se mide el camino de una vida, o el cantar de un jilguero?
¿como se mide el mar, o este vasto universo
los colores del mundo, el aire que respiramos o el que cabe en un cesto
la distancia hasta las estrellas, o la luz de tus pupilas
la risa de un niño o mis tardes de infancia?
¿Como se mide el orgullo en los ojos de un padre
la alegría de una vida, la tristeza de una pena
la amistad de un amigo o la ironía de un necio?
¿Como se mide el hambre por tu cuerpo
la pasión en las venas, el contacto perfecto
un beso en la distancia o un adiós en el tiempo?
¿Como se mide el cariño por tu hogar a lo lejos?
Como saber cuanto, si medir es imperfecto...,
suma todo y aún no podrás ni imaginar cuanto te quiero.


¿Como?
¿Que como te quiero?
Te quiero como se quieren las cosas sencillas

despacio y sin atropellos...





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