lunes, 14 de marzo de 2011

Una fan, Mick y su ego





Era imposible intentar no seguir el ritmo de sus caderas, la cadencial dejadez de unos movimientos estudiados, perfectamente calculados tras cientos de conciertos y desde la primera fila de alocadas fans mis ojos ansiaban descansar en sus pupilas, dejarse llevar por el frenesí de sus balbuceos. Hacía muchos minutos que no conseguía oír el febril sonido, la música se había evaporado ante la imagen del dios del rock, ante la figura de aquél que parecía un hombre, felino, pero hombre al fin y al cabo y que sin embargo era capaz de provocar en mí un orgasmo con solo una sutil y morbosa mirada. Corría de un lado al otro del escenario, completamente solo, o quizás solo podía verle a él, sin darse tregua, salvo para enviarme de nuevo otra de aquellas miradas y de nuevo volvía a brotar en mi la lascivia, el incontenible deseo de tocarme, de aliviar aquel fuego que ardía en mi interior, ya no sabía, no podía y tampoco quería controlar mis orgasmos públicos y uno tras otro me fueron abandonando, mientras me miraba una y otra vez riéndose desde su púlpito, sabiéndose poderoso.





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