La Voz De Galicia
Veintiocho de Febrero de 1.994.
“La siniestralidad laboral se cobra una nueva víctima. Ayer, veintisiete de Febrero, un operario de la empresa contratada para la renovación de la fachada de la Iglesia de San Vicente se precipitó desde un andamio a casi quince metros de altura. Eusebio Ponce de cuarenta y tres años fue ingresado con un cuadro de parálisis total y coma profundo tras golpearse fuertemente la base del cráneo, y aunque no se teme por su vida, los médicos dudan de su posible recuperación. Tiene esposa y una hija y se espera en los próximos días aclarar todas las circunstancias que rodean al luctuoso suceso.”
Cada día, cuando ella entraba estaba tumbado, mirando a la puerta fijamente, las enfermeras me solían dejar ligeramente incorporado y podía ver llegar a Angela y observar su primera expresión al cruzar la puerta, llena de esperanza; esperanza que solo duraba un segundo cuando al mirarme notaba que mis pupilas no la seguían.
-Hola, papá. -Reconocí la voz de mi esposa.
No contesté, solo aquella leve sonrisa interior que me embargaba al ver el rostro endurecido por el dolor de mi compañera de fatigas.
Muchas veces la había recibido ya en aquella misma situación, pero hoy era diferente; la mañana más gris, el aire más frío, las enfermeras más distantes, parecían no querer aspirar aquel extraño vaho que llenaba la habitación, y sin embargo seguían hacendosas atendiendo sus quehaceres diarios. Ya me habían ayudado con mis necesidades mas urgentes y me habían aseado, cuando ella llegó a la habitación; solo el doctor parecía retrasarse hoy en su rutina de certificar mi existencia un día mas. Quizá por eso hoy era diferente.
Mientras; ella, seguía trasteando en el pequeño aseo contiguo a la habitación, y allí seguiría durante muchos minutos. Ya había notado lo mucho que le costaba iniciar una conversación, cada mañana, por trivial que fuese, y como perdíamos el tiempo cruzando miradas hasta que decidía romper el hielo con cualquier tontería.
- Recuerdas a Teresa. La hija del portero del edificio de enfrente. Vino alguna vez a casa a jugar con tu hija. Por lo visto se ha marchado de casa con un medio novio que tiene.
No, la verdad es que no recordaba a Teresa ni al portero de enfrente, pero sí que me acordaba de mi hija.
- Si tu hija hiciera algo así no sé si lo aguantaría. Imagínate, me quedaría sola, por completo. No quiero ni pensarlo. Gracias a dios tu hija es muy responsable para su edad. Que orgulloso estarías.
Esta tarde sería mejor que no viniera la niña, no me encuentro muy bien.
- Ella hará que te sientas mejor, ya verás que bien cuando venga. ¡Que tonterías digo!
Me costaba demasiado esfuerzo seguirla en sus diatribas cada vez, así que intente lanzar una mirada dura en señal de rechazo, creo que demasiado dura esta vez, pues solo obtuve su silencio. Bueno, al menos hoy la niña no tendrá que venir. Hombre, por fin el doctor, ya era hora de que apareciese.
- Hola, Angela, como se encuentra hoy. – Preguntó mientras hojeaba unos papeles al pie de mi cama.
- Imagínese – Y un torrente de lágrimas inundó la cara de mi esposa.
Que aún no me he muerto, mujer. Si al menos pudiera mover las piernas bajaría de esta maldita cama y volvería a rodearte con mis brazos. Eso seguro que te consolaría y hasta creo que seria capaz de hacerte reír de nuevo. La verdad es que hace demasiado tiempo que no oigo tu risa. Esa si sería una gran terapia para salir de una vez de este hospital.
-Ya lo hemos hablado muchas veces, Angela –dijo el doctor – Es con seguridad lo mejor para todos. Sé que le costará mucho hacerse a la idea pero tenemos psicólogos que la ayudarán a superarlo. Doce años es mucho tiempo.
-Lo sé. –asintió ella.
Cada vez que coincidía con el doctor parecía envejecer tres o cuatro años de golpe. Desde luego mi enfermedad no estaba pasando desapercibida en la cara de Angela. Cada dolor que yo sentía, cada día de tratamiento, cada noche de insomnio quedaban grabados en su rostro como si fuera la última beneficiaria de mi sufrimiento. Sin embargo hoy, como ya he dicho, era diferente. Su mirada tenía además un halo de resignación, como aquella virgen de la iglesia del pueblo que tanto me gustaba mirar de pequeño. Veía el descanso en el fondo de sus ojos, muy al fondo, oculto por un sin fin de lágrimas que seguía intentando parar sin éxito. Y yo sin poder levantarme. Pero escúchame mujer, si esto en un par de días más se me pasa. Tenia que parar aquella inundación como fuera, tantas veces me había consolado, se lo debía.
-No se preocupe de nada. -Dijo el doctor- Tengo que ir a prepararlo todo, intente relajarse.
Pero esta vez hasta el doctor parecía nervioso. Además yo por primera vez podía sentir aquel latir en mi interior, podía distinguir claramente el rítmico sonido de un tic tac que retumbaba en mi pecho, subía por mi garganta y tocaba mi mandíbula hasta fundirse suavemente en mis oídos; y siempre había estado ahí, pero era la primera vez que lo oía. Dios, que tenia diferente aquel día, porque notaba cosas que antes no sentía, y por que estaban todos tan distantes, allí enfrente, mirando y hablando entre ellos, como si yo no estuviese allí y no pudiera oírles. Y por que Angela no paraba de llorar. Y mi hija también estaba, pero ahora era una hermosa mujer a la que ya no conocía. Mejor así, pensé.
Podía oír al doctor junto a mi, manipulando algo junto a mi cama, mientras Angela no podía contener las lágrimas, y aquel silencio, mientras sentía como se adormecía todo mi cuerpo y una sensación de placidez llenaba toda la estancia, ¿y por que todo el mundo permanecía tan serio mientras trasteaban entre los muchos aparatos que me rodeaban? Empezaba a notar como se cerraban mis ojos y una paz infinita me envolvía, creo que hoy dormiré bien, como un bebe, pensé, y antes de dormir, en el centro de una tenue luz ambarina pude entrever la figura de Angela que se despedía de mi con lágrimas en los ojos; no, no quiero dormir ahora, no quiero dormir...
-Adiós amor, adiós, mi vida.
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