Los jóvenes devoraban las imágenes del televisor con ansia inusitada, mientras las secuencias de los enfrentamientos entre policía y manifestantes se sucedían durante toda la mañana. Al fondo del salón, el abuelo desperezaba sus pensamientos lentamente, poco a poco sus sentidos iban alcanzando el ritmo pausado pero firme de su día a día. Los chicos excitados por tanto tumulto exclamaban con pasión animando a los pobres diablos apaleados al otro lado de la pantalla:
-Una guerra, es lo que haría falta para poner todo en su sitio.
Nadie se fijó en el rictus de pavor que recorrió la cara del abuelo...
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