Son solo recuerdos de niñez.
Recuerdo aquel olor a claveles que llenaba toda la casa, y los nervios de la mañana, como nos vestíamos de domingo y salíamos a la calle llena, gente y flores. Recuerdo las largas colas en los puestos del cementerio o en las floristerías de siempre que veían como llegaba su agosto en otoño.En los cementerios llenos la gente se esmeraba en sacar lustre a las tumbas de sus seres queridos, las conversaciones sobre este o aquel pariente y a cuantos conocí allí.
Uno de esos días supe de la tía Hortensia que había emigrado a Cuba de joven y a la cual no conocí, aunque volvió a canarias, aún joven, apenas llegaba a los cincuenta, para morir solo seis meses después de su llegada. Mi abuela siempre decía que su hermana vino a morir a casa pero yo nunca entendí quién había avisado a la buena mujer de su cercano final.Y del niño de la tía Angelita, que se había ido con solo tres meses, subió al cielo el niño..., ponía en su lápida, no hubiera tenido ni idea de ese primito mio.
Recuerdo que ese día recordábamos a nuestra gente, a los que ya no estaban con nosotros, y sobre todo recuerdo que lo hacíamos juntos, en familia, no en la triste soledad del que ha perdido a un ser querido, y lo crean o no, eso lo hacía mas llevadero, se hablaba de ellos, se contaban anécdotas, como la del tío Roberto, “el negro”, que hasta después de muerto era puñetero el tío, se cayo su ataúd cuando lo subían al nicho y se desclavo casi todo, les llevo mas de una hora terminar de colocarlo.Lo mas curioso es que era un día (y no una noche) alegre, no se permitía estar triste, aunque todo estaba impregnado de un cierto aire de melancolía.
No digo que estén mal los disfraces, las golosinas, el truco-trato o las fiestas de madrugada llenas de calabazas, pero yo recuerdo la mesa de casa llena de dulces hechos por mi madre, la botella de Clipper, las historias que me contaba mi abuela y los ramos de claveles.
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