El niño mantenía pegada su roja naricilla al frío cristal, mientras intentaba con una descosida manga quitar el vaho de su propia respiración, a veces podía ver los relucientes ojos negros pintados de un caballito de madera que parecían mirarle, que bonito era, sus alegres colores le llevaban a lejanas aventuras cabalgando sobre su grupa mientras desvalidas damiselas cantaban su nombre. De vez en cuando el suave restallar de una campanilla le traía de vuelta al mundo y podía ver como los niños entraban de la mano de sus madres en la fantástica tienda, miraban los juguetes con aire de desagrado, paseaban junto a ellos, mientras curiosamente ninguno reparaba en su increíble caballo, había sido creado para él, pensó; cuando las manos de su madre rodearon su desnudo cuello y en el frío de la tarde volvió a recordar el crudo invierno, -ven cariño, cogerás frío, acercate a mi, anda, que ahí no me ayudas en nada- y le llevó consigo al otro lado de la calle, se sentaron junto al hatillo de ropa descolorida y al plato oxidado, donde unas pocas monedas certificaban la caridad que nos embarga cada navidad. -Hoy es Nochebuena y cenaremos algo calentito- pero él solo tenia ojos para su caballito de madera que aún desde lejos le seguía con la mirada.
miércoles, 24 de noviembre de 2010
Cuento de Navidad
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1 comentario:
Corto, intenso y sangrante cuando se trata de la ilusión de un niño.
Menos mal que ya era Navidad...
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